La obesidad es la primera epidemia que no se transmite por microorganismos.
Contrariamente a lo que se piensa, la población más afectada por esta enfermedad es la población infantil, de la que España encabeza el índice de obesidad más alto de Europa, y le sigue el segmento de la tercera edad.
Por un lado, los hijos de la alimentación industrializada, basada en el fast-food, y por otro los hijos de la postguerra, que vivieron penurias y desarrollaron un concepto de alimentación basado en aprovecharlo todo.
Para hacernos una idea de la magnitud del problema, por primera vez en la historia de la humanidad la esperanza de vida de los hijos será inferior a la de sus padres.
Los pediatras han lanzado la voz de alarma al detectar niños de entre 7 y 12 años afectados de enfermedades que normalmente aparecen en la población madura, incluso en pacientes alcohólicos, como es el denominado hígado graso no alcohólico, es decir, niños con el hígado inflamado, no por consumo de alcohol, sino por exceso de bebidas y productos industrializados altamente azucarados (o altamente salados).
Diabesidad
Por su parte, los endocrinos han bautizado con el nombre de diabesidad para simplificar el concepto obesidad + diabetes, tan íntimamente ligado. Padecer obesidad es dar por seguro que, tarde o temprano, aparecerá también la diabetes, la conjunción de las dos enfermedades multiplica por 7 el riesgo de muerte prematura.
Una enfermedad que se ha propagado de una manera tan fulminante, solamente se puede explicar por un canal de contagio extraordinariamente efectivo, que va más allá de lo que se repite incesantemente: poco ejercicio y distanciamiento de la dieta mediterránea.
Las redes sociales constituyen un hecho decisivo en la transmisión de la obesidad.
Una persona obesa, es más que probable que viva en un entorno obeso.
El paciente identificado
Si hay un niño que sufre obesidad, es más que seguro que otros miembros de su familia también lo sean, o que, directamente lo sean todos. Normalmente acude al médico el más afectado por los kilos de más, quizá el más concienciado del problema, o, como llamamos los terapeutas familiares, “el paciente identificado”, el miembro designado por el resto de la familia, como el portador del síntoma. Pero esto no quiere decir que los demás no lo sean, lo son o están en riesgo de serlo.
¿Alitas de pollo o ensadala?
Abordar un tratamiento de obesidad, con un seguimiento individualizado en una garantía de fracaso, ¿De qué le sirve a un paciente recibir un adecuado plan de alimentación, si en su casa todos, o casi todos comen mal? En una misma mesa, donde unos comen lasaña y alitas de pollo rebozadas, y otro ensalada y pechuga a la plancha, lo fácil es que al que le toca la ensalada y el pollo a la plancha, al final desista de ello y se pase a la lasaña y alitas de pollo.
El estudio que confirman estos datos
En un estudio de la Universidad de Harward, tras 32 años de seguimiento a 12.000 personas, se muestran los siguientes datos:
Una persona que tiene un amigo que padece obesidad, multiplica su riesgo de padecerla en un 57%, y si son del mismo sexo y muy amigos, el riesgo crece hasta el 71%.
Si un hermano es obeso, el otro hermano tiene el riesgo del 40% de serlo.
En el caso de las parejas, si una es obesa, la otra tiene el riesgo del 47% de serlo también.
Redes sociales
El estudio hace un seguimiento de redes sociales y grupos de amigos, y se demuestra que cuando un miembro de un grupo engorda, la media de peso del resto del grupo también aumenta.
La conclusión es que cuando una persona consciente o inconscientemente decide abandonar unos hábitos que lo mantenían en su peso, y empieza a engordar, la posibilidad de contagiar al resto de su entorno social es significativamente alta.
El dato sorprendente es que el contagio más agudo se da entre amigos. Es decir, que el riesgo de padecer obesidad, siendo su mejor amigo una persona obesa, es mucho más alta que si se trata de un hermano, o su pareja.
Tener un buen amigo, con el que uno se va de fiesta, es la combinación fatídica para el exceso, para el abuso, especialmente en la bebida y en la comida rápida.
Abuelitas con mentalidad de post-guerra
Por otra parte, otros estudios muestran que si el niño está al cuidado de una abuela con una mentalidad de que “no se puede dejar comida, que hay que comerlo todo”, este niño tiene una alta probabilidad de padecer obesidad.
Padres que premian a sus hijos con comida exageradamente azucarada
Y, por último otro factor importante de contagio son los propios padres, cuando asocian comida con recompensa. Cuando quieren mostrar su cariño al hijo que apenas han visto durante la semana, y lo llevan a una gran superficie y lo llenan de chuches y toda clase de bebidas exageradamente azucaradas.
Jordi Carballido, es psicólogo y terapeuta familiar, especialista en el tratamiento de la obesidad, que presenta su libro: “Historias de Mucho Peso” en la librería Excellence, (Balmes, 191, de Barcelona) el próximo miércoles día 28 de Abril a las 19:15.
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